lunes, 6 de abril de 2009

Lunes.

De pronto el agua de la laguna dejó de ser un espejo, las siluetas de los árboles se rompieron dando paso a una pequeña mano que salía del agua. Su piel, lustrosa, pálida, parecía herirse con el rocío de aquella mañana, que entraba pulcramente por sus poros, haciéndolos sangrar mientras el pequeño cuerpo salía del agua. La sangre dio rubor a su piel, vida. Un lunes amanecía, y un bebé gateaba por los Bosques de Palermo.

Al llegar al borde del camino sus encías le dolían, había algo duro en su boca que chocaba con su lengua y la lastimaba. Sin saber cómo se levantó, puso un pie en frente y luego el otro. Caminó. Primero fue torpe y lento, luego rápido y frenético. Corrió hasta la pileta y mojó sus labios cuando un niño pasaba corriendo a su lado, lo siguió con la mirada y a unos metros pudo ver a Barney; estaba repartiendo globos, corrió por el suyo pero cuando lo recibió ya no le gustaba, le parecía infantil. Le pegó una patada al dinosaurio y se dio cuenta de que un poco de pelo había salido en su pierna. Luego dos puñetazos, tres patadas y un globo subía hacia el cielo.

Las flores se abrían y colores comenzaron a invadir el parque. Gente corría por las vías, patines raspaban el asfalto, niños pequeños rompían sus dientes con paletas y una chica hermosa paseaba cerca de los botes. Sintió algo en su estómago, no, en su entrepierna. Le quitó un globo a un chico y la siguió hasta detrás de un árbol. Ella lo miró y él le entregó el globo, cerró sus ojos y la besó hasta que una explosión los detuvo; el globo había reventado. - me pica tu barba- le dijo la chica y se fue. Él la siguió pero no pudo encontrarla, un nudo rompía su garganta, quería vomitar. Corrió por todo el parque buscándola, gritando un nombre que no sabía; algunos pensaba que hacía ejercicio, otros que había perdido una apuesta.

A medida que corría se iba cansando, hasta que ya no pudo más, los últimos pasos antes de llegar a la banca que daba al lago costaron tanto como los primeros. Sus huesos le dolían, su garganta estaba seca y ya no recordaba la cara de aquella chica. Miró el cielo y vio como un globo amarillo se alejaba, perdiéndose entre las nubes rojizas. Un lunes atardecía, y un viejo abatido contemplaba el cielo de los Bosques de Palermo.

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